domingo, 5 de abril de 2020

Confinados - jodidos pero contentos

Sería un error que pasaran todos estos días sin tomarme el tiempo de sentarme y escribir cómo ha sido (está siendo) esta experiencia para mí, para mi familia.
Sería un error que, dentro de 10, 15, ó 20 años, tuviéramos únicamente un vago recuerdo de todo esto en lugar de contar, al menos, con algunas frases con cara y ojos capaces de transportarnos en vagón de primera clase a las imágenes, los olores, los sonidos y los sentimientos de estos días.

Son ya 22 días en casa.
De estos 22 días he salido 5 a tirar la basura, 3 a comprar y 2 a la oficina por causa mayor.
El resto, confinamiento puro. Ni bajar a por el pan a diario, ni bajar a hacer un recadito, ni a dar una vuelta.

El resumen que hago y que me hago a diario es el mismo: jodidos pero contentos.
A pesar de que todos los días nos parecen iguales, nuestra semana se divide muy claramente entre días de trabajo y fines de semana.

Los fines de semana no son muy diferentes del resto del año, salvo por lo de salir. Serían como esos findes lluviosos de invierno donde te tienes que quedar en casa.

El resto de semana....es otra cosa.
Los días de trabajo comienzan a las 7 de la mañana. El olor de la taza de café recién hecho es un placebo obligado para empezar a espabilarse, quizá la única motivación para arrastrase somnoliento por la casa.
Nuestros portátiles, el de María y el mío, colocados en la mesa de la cocina, van arrancando también perezosos mientras acompañamos el café con algo de fruta y un yogur con miel.
Trabajamos juntos, codo con codo. En este caso la expresión no encierra metáfora, raro sería no tocarnos en nuestra mesa de 1,2x1,2. Este momento es el más tranquilo y productivo del día.
Nos ponemos una segunda taza de café y vamos pasando correos y hacemos nuestra respectiva reunión diaria con los jefes.

A eso de las 9:30 una cabecita asoma por la puerta de la cocina. Es Paula, que se va directa a los brazos de mamá y luego a los de papá.
Es el momento más dulce. Nos da un beso. Se sienta en las rodillas de mamá, que deja aparcado el trabajo para estar un rato con ella y prepararle el desayuno
Y al poco rato se oyen los gritos tímidos de Martín en la cuna. A veces María, a veces yo, nos levantamos y Paula va corriendo con nosotros a darle los buenos días en forma de canción (Bon día!) Cogerle en brazos, que pegue su mejilla calentita contra la tuya y que señale la cocina pidiendo desayunar con ternura son momentos que no tienen precio.

A partir de las 10 y hasta las....hasta que toque, empieza la locura.
En mi caso, reunión tras reunión. Es un momento tenso para la compañía, replanteando todos los proyectos, y 8 horas no son ni de largo suficientes para asumir todo el trabajo. En caso de María, trabajo y más trabajo y también alguna que otra reunión. Y todo esto con un Martín y una Paula que nos necesitan.
Como podemos, nos turnamos. A menudo, hacemos reuniones con los auriculares puestos y los niños jugando a nuestro lado. A menudo, los gritos de nuestros hijos se oyen en las reuniones. A menudo, (mas bien casi siempre) imposible evitar sus trastadas.
A menudo, no comemos, o comemos cualquier cosa mientras estamos en una reunión.
A menudo (muy a menudo), el baño es el único sitio donde trabajar sin interrupciones, dado que es el único sitio de la casa con pestillo. Es una mezcla de surrealismo y tragicomedia el verse a uno mismo trabajando con plena concentración en temas super importantes (para uno) y, de repente, levantar la cabeza y verte en el espejo sentado el wáter. Difícil expresar con palabras. Eso sí, digno para el recuerdo y para explicar a nuestros hijos algún día.

Las trastadas son el pan nuestro de cada día. Una tras otra. Eso de las trastadas de tus hijos es como cuando te caes y te das un hostión de esos ridículos. Te duele; sí. Te duele mucho; sí. Te jode mucho más si cabe; sí. Pero es inevitable descojonarse. Así es la vida.
Dejaré plasmadas aquí algunas de ellas, con la certeza de que el dolor se lo llevará el tiempo y sólo me quedarán las risas al recordarlo:
- paredes de toda la casa pintadas con rotulador.
- armarios de ropa vaciados completamente
- todas los armarios de la cocina vaciados sobre el suelo
- bidet taponado con papel higiénico y el baño inundado
- quedarse atrapado en el hueco de su cocinita (donde apenas entran)
- 2 tiestos de plástico tirados desde la terraza hacia abajo (por suerte hay un jardín sin paso de gente)
- cuenta perdida de vasos y platos rotos
- todas las llaves escondidas por la casa en sitios diversos

Los niños, los niños son felices. Juegan juntos, se buscan, se alían. Se ríen tanto juntos.
Es difícil de explicar la felicidad de escucharles a los dos riendo... aun sabiendo que esas risas están detrás de alguna trastada de las explicadas arriba. Esa risa es casi como un "déjalos estar un rato más, aunque te la líen, ya limpiarás luego"

Las horas entre las 18 y las 20 son las más complicadas. No se están echando siesta y se vuelve todo una locura. Mezcla de cansancio y hartazgo. Gritos, llantos por todo, rabietas y enfados sin solución...y a todo esto reuniones de por medio o trabajos por entregar de forma urgente.
Últimamente estamos haciendo una parada en el camino, y nos ponemos la música a tope y empezamos a bailar, a saltar y a correr 15 minutos toda la familia junta. La canción resistiré siempre es la primera, para animarnos.
Es lo mejor para liberarse. La foto en familia, el vernos todos riendo esos 15 minutos es algo que también quiero recordar.

A las 8 los aplausos. Aplausos que son alivio, desahogo. Que son saludos, que son quitarse el sombrero y algún día emocionarse.

Llega la ducha y se acaban los males. Es su momento del día.
Si les dejas solos, su mayor pasión es la de abrir el grifo con el agua lo más fría posible, llenar un cubo y tirárselo encima. La bronca de papá y de mamá es inútil, porque si les volvemos a dejar solos lo vuelven a hacer. Se ríen como locos, es una gozada verles, y, por supuesto, vienen los llantos cuando les decimos basta.
A las 8, los aplausos. Un kit kat de la realidad. Aplausos que son alivio, que son saludos, que son quitarse el sombrero y algún día emocionarse.

Mientras todo esto pasa el que no les cuida en la ducha va haciendo la cena, apartamos los portátiles de la mesa de la cocina y los niños cenan. A partir de ahí, con más o menos arte, logramos que se duerman a las 22h.
Uno, o los dos, sigue trabajando. Trabajando en nuestro trabajo, digo.
Porque uno, o los dos, sigue trabajando en casa. Fregar cocina, lavadoras, friegaplatos,....
ordenar
ordenar
ordenar
ordenar

Nuestra casa podría ser el escenario de cualquier película de guerra.
María se desespera.
Da igual cuántas veces ordenemos al día. Aunque con el paso de los días la desesperación es aceptación.

Es agotador, acabamos el día como si nos hubiera pasado un tanque. Nos tiramos en el sofá...y nos quedan fuerzas para ver los 10 primeros minutos de una serie.

Uno es más sensible estos días a las reflexiones.
La primera que me viene cada día, y, con frecuencia varias veces al día es la tranquilidad de tener a María a mi lado. Que pone orden y energía cuando a la familia le faltan dosis de las dos cosas. Que entiende y que lucha. La segunda que me viene también a diario es la re-tranquilidad de saber que ella también se alimenta de mi orden y mi energía, de mi comprensión y mi lucha. Y cuando uno falla, el otro está ahí. Es reconfortante. Merece también la pena recordar, dentro de 10 años, cuando pasemos momentos peores, que, en 22 días, con 1001 motivos, sumidos en un auténtico caos diario y sin espacio personal, fuimos capaces de no discutir ni una sola vez.

Espacio personal. Eso es lo único que me falta. Vayas donde vayas dentro de los 95m2 de este piso, no pasarás más de 10 minutos sin oír que se abre la puerta y aparece alguno de los dos bichos. Cuando los bichos duermen, trabajas. Cuando no trabajas, limpias. El resto de tu tiempo despierto, haces combinaciones de las 3 cosas anteriores de forma simultánea.

Espacio personal y también cuidado personal. Esto también me falta. Hacer ejercicio. Tengo el cuerpo entumecido, todo el día en malas posturas trabajando, durmiendo regular y moviéndome poco (muy poco). Aquí ayuda mucho que tu hijo sea un terremoto, al menos me hace correr detrás de el por toda la casa de vez en cuando. Pero igualmente, qué ganas tengo de salir a correr, nadar, salir al campo. Tiempo para mí.

El único mérito que nos atribuimos como papás es el de no recurrir mucho a la tele para los niños. Que funciona, SI, FUNCIONA. La tele es una generadora de tranquilidad. Pero lo dejamos en un par de momentos de media hora al día. Es una suerte que se tengan los dos hermanos, tienen suficientes trastadas por realizar en la cabeza como para no estar todo el día pendiente de la tele.
(jejeje, este ratito de escribir es posible gracias a la tele)

Los días van pasando, con algunos ups & downs, pero van pasando.
Nada va del todo bien. Trabajamos peor de lo que quisiéramos. Cuidamos de los niños mucho peor de lo que nos gustaría. Tenemos la casa hecha un desastre. No nos cuidamos. Estamos jodidos

jodidos

PERO CONTENTOS



























No hay comentarios:

Publicar un comentario