lunes, 30 de diciembre de 2013

Casi sin hablar

Casi sin hablar.
Nos hiciste grandes.
Despacito, con una media sonrisa, en silencio. Nos hiciste a todos tan grandes.

Ese es el regalo que nos dejas. Por eso no duele tanto la despedida. Porque si nos has hecho crecer ha sido a base de trocitos de ti, trocitos que fuiste dándonos con tu tiempo, tu paciencia, tu sorisa (siempre tu sonrisa!)...trocitos de ti que ahora son nuestros.

Casi sin hablar.
Regalando vida.
Y no hay nadie a tu alrededor al que no hayas hecho especial. Tus hijos, tus nietos, tus nueras, tus sobrinos, tus cuñados,...Recuerdo tus ojos brillando mientras hablabas de todos.
De ti nunca hablaste, pero te morías de ganas de hablar sobre nosotros a todos los demás.
Y en esas gafas que siempre llevabas debía de haber un filtro especial, porque sólo contabas cosas buenas.

Como en Big Fish, hiciste que la historia de tu vida fuera gigante porque hiciste gigante a todos los que te rodeaban.

Cogido de tu mano, entrando en el Lluis Sitgar, mi primer partido de fútbol.
Frente al espejo, mi primer nudo de corbata...el mismo que repito hoy.
Mis primeras clases de conducir.

Mi vida tiene tanto de ti.

Así que esa fue tu despedida. Todos recordándote. Todos reviviendo los momentos que nos diste. Algunos en alto, otros para sí mismos.
Sonrisas involuntarias Alguna lágrima también.
Y entre nosotros, una cuerda fuerte que nos unía.
Nos unía sin palabras, porque, está claro, no hacen falta palabras si una parte de todos nosotros eres tú.

Me siento muy feliz de haberme podido despedir de ti, y, sobre todo, de haber sido una pequeña parte de tu vida

....igual que tú, casi sin hablar, eres parte de la mía

..... y lo serás de todos los que me rodeen.

jueves, 21 de noviembre de 2013

La puerta atrás

Uno de los elementos básicos entre los fundamentos ofensivos en baloncesto es la llamada puerta atrás.

Trotando hacia fuera del aro. Clavamos el cuerpo, a la altura del triple es la zona ideal. Entonces llega el movimiento que sólo los grandes saben reproducir con artística naturalidad. Peso del cuerpo en una dirección, pero tus músculos pensando ya en correr hacia el otro lado.  Giro de punteras.  Cambio de dirección y cambio de ritmo hacia el aro.
Defensor clavado, se ha creído el teatro de tu cuerpo. Pase picado entre defensores y entrada a canasta solo.

Siempre me hizo gracia ese nombre, el de puerta atrás.

Repite el entrenador eso de que no hace falta correr mucho, ni muy rápido. Sólo es necesario un gesto. Clavar peso. Mentir con los músculos. Y un primer paso rompedor. Lo demás da igual. Lo de antes. Y lo de después.

Eso explica que Juan Carlos Navarro, que prácticamente anda cojeando, a sus treinta y tantos aún sea capaz de hacer una puerta atrás mucho mejor que muchos americanos diez años más jóvenes, capaces de humillarles en cualquier prueba atlética.

Yo era de los de mucho correr. Corría tanto que al final despreciaba la importancia del que era en realidad el momento clave. 
Siempre le he dado demasiado significado al esfuerzo. Como si correr más te garantizase mejores resultados.

En nuestra vida hay muchas muchas puertas atrás.

Situaciones donde lo mucho que corras, lo mucho que trabajes, lo mucho que te esfuerces no van a proporcionarte ni un gramo de mejora.
Situaciones donde no es la cantidad de ti, sino tu calidad, las que dictan tu éxito. 
Pero qué difícil resulta orientarse a la calidad de tus actos, a la calidad de tu vida...cuando en todos los lados se nos mide por la cantidad. Mal medido, claro. 
Gano 80.000 euros. Claro, me estás diciendo la cantidad de lo que ganas. Pero aún no me has dado un sólo detalle de la calidad con las que los ganas. 
Me paso toda la tarde con mis hijos. Claro, me dices que pasas muchas horas con ellos...aunque no me has dicho la intensidad con la que las pasas...

Y en la vida, en la vida no hay entrenadores en cada esquina para recordártelo...no corras tanto, céntrate en correr sólo cuando recibirás una ventaja de ello.

La puerta atrás. Me recuerdo a mí mismo gritándole a los niños en el entrenamiento...NO CORRAS TANTO!!! Ojalá hubiera estado Juan Carlos Navarro allí, al fin y al cabo un ejemplo vale más que mil palabras, me habría ahorrado muchos gritos.
Curiosamente (y eso me alegra de sobremanera) muchos niños aprendieron a hacerlo mejor que yo.

La puerta atrás. 
Que sólo los grandes maestros llevan a cabo a la perfección.
En la cancha
Y también en la vida.

En la cancha, una canasta fácil

En la vida...en la vida lo es todo. 







domingo, 10 de noviembre de 2013

BRONCAS

Forma parte del día a día recibir broncas.
Da igual quién seas, desde el último escalafón del organigrama hasta el director general. 
El que no limpia bien los lavabos, el que se equivoca redactando un informe, el que comete un error calculando, el que escogió la estrategia equivocada para las ventas de la empresa, el que no supo comunicarlo.
Todo el mundo recibe broncas. El nieto, el abuelo. 

Curiosamente todos tienen la misma sensación. "¿Por qué yo siempre me tengo que llevar todas las broncas?" 
Te diré un secreto. No. No te las llevas tú, porque si te llevaras todas las broncas te aseguro que tendrías que tener super poderes para continuar cuerdo.
Sólo sucede que por lo habitual no nos fijamos en las que le caen a los demás. Es sólo eso.

El pasado miércoles, mientras conducía de vuelta a casa, no podía dejar de pensar en lo mucho que nos cambia el comportamiento el recibir una bronca. 
Tienen los pensamientos en el coche y en la ducha la propiedad singular de que ambos suelen acabar plasmados en este blog. 
Intentaba, mientras conducía, reproducir mi día antes y después de recibir la bronca. Reproducirlo, no como un mero recuerdo, sino intentando verme desde fuera, como cuando en las películas viajan al pasado subidos en una burbuja.
Y mirando mi antes y mi después os diré que sí, que sí que nos cambia mucho una buena bronca.

Las pulsaciones suben, te acaloras, el cuerpo se tensa, arrugas la frente y te empieza a doler la cabeza. Lo que ocurre es que, regado como estás con un buen tazón de adrenalina, ni siquiera tú mismo percibes nada de eso. 
Pero sí, vas a la siguiente reunión tenso, con las pulsaciones subidas, acalorado, con algo de dolor de cabeza. Respiras. Avanza la reunión. Sube el tono. Nuevas discusiones. Y ahí....

Ahí amigos entran las cuatro estrategias que el ser humano muestra en sociedad llegado un momento así:

1) Estrategia cascada
La bronca que he recibido anteriormente realiza el mismo camino hacia los compañeros que me rodean. Da igual la temática de la reunión y las personas que la componen. Encuentro un motivo y lo suelto de golpe. Si el cabreo se pudiera meter en sacos de 1kg, hago todo lo posible porque los demás se lleven a casa todos y cada uno de los sacos que me han hecho cargar a mí instantes antes. Con la misma intensidad (o más) de cabreo.
Los demás, claro, alucinan y se comen la bronca sin entender muy bien porqué. "Será que Hoy viene cabreado" - es una frase de lo más típico para tratar de explicar estas situaciones
El resultado es terapéutico para uno mismo, pues te has quitado de encima muchos de esos kilos que te venían pesando tanto. (ojo, siempre nos quedamos con alguno!)
El resultado, obviamente, no es terapéutico para los demás, ni para el desarrollo del trabajo en la empresa, pues las bolsitas de cabreo se van esparciendo por todos los rincones, cascada tras cascada, generando un estado general de irritación.

2) Estrategia máscara
Mantienes el tipo. Incluso recibes otra bronca si la reunión discurre por esos derroteros. Agachas la cabeza y te pones la máscara.
Seguramente pienses "a mí las broncas no me afectan". Seguramente tus jefes y los demás del departamento piensen lo mismo (por eso no tienen reparo en aplicar la estrategia cascada contigo)
Sin embargo, lo más probable es que tu entorno fuera del trabajo se esté preguntando por qué estás cambiando tanto sin motivo. Porqué te vuelves poco a poco arisco, porqué te exaltas en las comidas, o en simples discusiones entre amigos. Porqué le contestas a tu pareja sin explicación, a tus padres...

3) Estrategia cucharada sopera
Me trago la bronca. Como si yo fuera un charco de arenas movedizas, me la trago enterita. Y nadie más se entera. Ni en el trabajo. Ni en casa. Todo sigue funcionando.

Y con los años aparece la ansiedad, o la depresión. Y se pagan 2 años de psicólogo para que, al final, te diga que la estrategia cucharada sopera no es la adecuada. 


4) Estrategia boomerang
Quizá la más difícil de realizar por primera vez. 
¿Quién es el responsable de que tú te sientas así? Acalorado, tenso, ...MAL.
¿Tus otros compañeros?
¿Tu entorno fuera del trabajo?
¿Tu??
Sólo hay un responsable, y ese es la persona que te está echando la bronca.
La solución es muy sencilla y pasa por la técnica de la reflexión, y no de pensar, sino de reflejar. Todo lo que llegue se va por el mismo camino. Como un boomerang. Y, sin tapujos, sin perder la calma, sin estrés, le voy devolviendo uno a uno los saquitos de cabreo. 
Requiere mucho arte. Mucha "inteligencia emocional" (término que está muy de moda, pero que, para casos como este, funciona). Enséñale a decir las cosas hablando, empezando tú con esa misma técnica. Muéstrale que no tiene argumentos, empezando tú a argumentar. Y el respeto, que lo aprenda de tus palabras, de la forma de dirigirte a él. 

La estrategia boomerang es la única justa con el equilibrio, la única que garantiza que todo lo malo del cabreo se queda en el único responsable del mismo. 
Lamentablemente diría que los porcentajes a día de hoy en una empresa son: 

1) 60%
2) 20%
3) 15%
4) 5%

Aunque si queréis que os diga la verdad....yo me decanto por una estrategia adicional...NO CABREARSE!!!!

:) :) 


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NOTA:  Esto no son teorías científicas, ni lo he sacado de libros, es solo una opinión! 
Así que por favor los que sabéis del tema no me echéis la bronca si he dicho barbaridades :) 




lunes, 4 de noviembre de 2013

Como esas películas que te dicen que son....

Empezaba mal el fin de semana largo.
Nubes grises, mi coche sin batería en el parquing de Seat esperando a la grúa y un nudo amargo en el estómago.
Día 31 de Octubre y sabiendo que el día siguiente no lo pasaría en casa.

Sólo me ha ocurrido esto 2 veces en la vida.
La primera vez me cogió metido en mi habitación, en el semisótano de una casa rodeada de nieve, en un pueblo de menos de 20.000 habitantes perdido en algún lugar de la Baviera profunda.
Día 31 de Octubre, sabiendo que al día siguiente me sentiría un poco más mayor, seguramente un poco más solo. Es difícil de explicar.

Uno lo asume, cierra los ojos y se duerme abrazando fuerte al nudo de la tripa.

Han pasado 5 años. De los 25 a los 30. Números redondos.

Y uno se da cuenta poco a poco de que la vida se parece mucho a las película de cine, depende de qué te hayan contado antes y de las expectativas con las que vayas a ver la peli.
Si te han dicho antes que la película es genial, estupenda, maravillosa...probablemente luego te sepa a poco.
Quizá como esas veces en que te tiras dos semanas preparando la que va a ser "tu mejor fiesta de cumpleaños"

En el sótano de aquella casa perdida en Baviera tuve una de las noches más agradables que recuerdo. Cociné las dos primeras tortillas de patata de mi vida, hice pan tumaca para aburrir, puse todo mi arsenal de embutido importado en maletas desde españa en platos, olivas, queso,... y con la mesa lista comenzaron a bajar mis invitados.
Primero el casero, Horst, medio alemán medio polaco, con sus mejores galas y repeinado para la ocasión. Después su mujer Daniela y sus dos hijos que, en fila y super educadamente me desearon un feliz cumpleaños y me dieron, cada uno, un regalito (una botella de licor y unos bombones).
Tras ellos bajaron los dos abuelos de la casa, con dos tartas enormes hechas por   la abuela y por último se unieron mis dos compañeros de "piso", Josef, medio marroquí medio alemán y Thomas, alemán.
Todos comieron encantados, cantamos, jugamos, contamos chistes, nos acabamos más de una caja de cervezas. Y yo tuve el mejor regalo, hacerse un poco más mayor con una sonrisa.

Cinco años después el fin de semana, como digo, empezaba con mi coche parado en el parquing de seat y un viaje a Burgos en el horizonte frente al que, para qué nos vamos a engañar,  mi cuerpo no ponía demasiada buena cara.
Tuve claro que tenía que escribir este blog el sábado por la tarde.
La chimenea crepitaba a mi espalda, el fuego dibujaba sombras en la vidriera, sombras que ya se mezclaban con las del anochecer. La señora Antonia me agarraba el antebrazo con fuerza mientras me explicaba que su marido siempre llevó los zapatos limpios, aunque ella se tuviera que acostar a las 12 de la noche después de trabajar todo el día para ello.
Qué fuerza, con sus 90 años, quién lo diría, siendo el centro de la conversación, mientras en un semicírculo todos reímos con sus historias.
Allí, al calorcito del fuego, con un gin tonic en la mano y un poco de dolor en el estómago de tanta risa acumulada, allí como digo es donde decidí que tenía que escribir este blog.

Es un blog dedicado a Javi, a Ramón, a Cesco, a Patri, a Ali, a Julio, que convirtieron, una vez más, 5 años después, un día sin expectativas en un día para recordar para siempre.
Y es un blog si cabe aún más dedicado a Raimundo, Marga, Antonia, Beltrán, Matías, Daniela...a toda la familia de Javi que, ellos sí, me sorprendieron con su calidez, su naturalidad, su sinceridad desde el primer segundo, esa manera de agarrarse a las cosas buenas de la vida que me dejó algo que pensar en el viaje de vuelta.

Burgos hizo de pueblo en mitad de Baviera y me regaló una peli de esas en las que entras con cero expectativas, casi obligado...y  te vas de la sala con una sonrisa de oreja a oreja, queriéndoselo contar a todo el mundo.
Vinos, risas, lechazo, tapas, bromas con kebabs, paseos por la catedral, discusiones en el coche, algún gin tonic, más discusiones. Y todo bien envuelto en papel de regalo.

Y así, echando de menos mi casa, por lo menos volví de Burgos con un enorme regalo por los 30.

Sólo queda saber una cosa.

Dónde me cogerán los 35??






lunes, 28 de octubre de 2013

Ver...

Inés baja cada tarde a la playa.
Siempre baja a esa hora en la que miles de pájaros salen de sus casas vestidos con mono azul, pañuelo blanco en la cabeza, un bote de pintura en la cola y un pincel en el pico para empezar a colorear las nubes por equipos. Primero el equipo naranja, luego el rojo, luego el morado. Ordenadamente desordenados, dejando que los colores se mezclen como si en un despiste hubieran dejado caer todos los botes de pintura a la vez.

Inés se sienta en la orilla y no ve los pájaros. Cierra los ojos y deja que los mil destellos de rojo a naranja, de naranja a morado, de morado a rojo caigan suavemente en su cara, disfrutando de cada matiz, de cada gota de color.

Mientras los pájaros siguen ahí arriba con su trabajo, una tropa de forzudos marineros forma frente a la orilla y, todos a una, en estricto orden militar, agarran con delicadeza el borde del mar y todos a una, como llevados por la batuta de una orquesta, lo mecen con dulzura, como si de un recién nacido se tratara.
Inés cierra los ojos y no ve a los marineros; simplemente deja que el vaivén de las olas distorsione el rojo del cielo que sigue cayendo sobre su frente, disfruta del sonido de cada ola, diferente al de la anterior y juega a ponerles nombre.

Inés cierra los ojos y no ve los grandes molinos que,  muy cerca de ella, a escasos metros, hacen girar sus enormes aspas para empujar el aire con la fuerza justa para jugar con su pelo. Disfruta de esa suave brisa, la respira, la prueba, mueve su cabeza al son de las aspas.
Por supuesto tampoco ve a las cien hormigas que en ese momento empiezan a subirle por la espalda hasta el cuello, levantando con un beso de hormiga cada pelo que se encuentran en su camino. Ella sólo nota un escalofrío que es más bien una caricia, y baja su cuello para que las hormigas puedan bajar por sus brazos al resto de su cuerpo, hasta que con sus antenitas le hacen cosquillas en los pies mientras se marchan de nuevo.

Después de llevar un rato sentada Inés se levanta, y moja sus pies en el agua. Cuando lo hace no ve a todos esos cangrejos con una pajita en la boca y gafas de bucear, soplando para arriba para hacer un millón de burbujas. Ella sólo siente en sus dedos el crepitar de las pequeñas bolsitas de aire chocando contra su piel, sólo oye el masaje de un millón de burbujas deslizándose desde el dedo gordo hasta el tobillo.
Inés se quita la ropa y se mete en el agua. Y mientras su cuerpo entra en el mar un sastre le va tejiendo con precisión un ceñido traje de fría seda, oscura y con destellos rosados que combinan con el cielo. Ella sólo nada, se zambulle, rompe el vaivén de las olas, bucea,…pero no ve al sastre que le acompaña en cada movimiento para retocar el vestido aquí y allá.
Sale del agua y mira de nuevo al mar. Allá a lo lejos cinco grandes buques han atado al sol y lo remolcan lentamente hacia el horizonte; y allí arriba los pájaros han cambiado su pintura roja por un morado cada vez más oscuro que tiñe todo del color de la noche.
Inés no ve los barcos, ni los pájaros. Tan sólo respira al compás de la noche, se viste, y decide irse a casa.


A Inés no le hace falta abrir los ojos. Está empeñada en repetirme que lo más bonito no es necesario verlo.
Inés es ciega de nacimiento.
Cada tarde bajo con ella a la playa, me siento junto a ella, cierro los ojos con ella

y decido no ver por un rato.  

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Escrito en el 2004. Me apetecía rescatarlo, y proponerme, sin falta, ver un poquito menos :)


domingo, 20 de octubre de 2013

DR. YSI

No lo intentes, es inútil.
Algunos se han pasado la vida buscándolo, y no. No amigo. No lo encontrarás.

Cuentan que se esconde en lo más profundo de la tierra. Camina de roca en roca sorteando el magma, nada en hierro fundido, de tanto en cuando le gusta disfrutar de una sauna de vapor de azufre.
Allí, tan profundo que su abajo es igual que su arriba, allí tiene su guarida el Doctor Ysi.

Cada mañana ficha puntual a las 00:00:00 y cada noche vuelve a fichar para irse a descansar a las 23:59:59. Su oficina es una inmensa cueva, tan grande que la vista no es capaz de distinguir el final. Mires hacia donde mires, estés donde estés. Y en la inmensidad del espacio, no queda un centímetro cúbico que no esté atravesado por un hilo. Millones de hilos de todos los colores entrecruzándose, separándose, atravesando poleas, separándose y volviéndose a entrecruzar.

El sonido de las poleas girando es armónico, como si todas estuvieran perfectamente lubricadas, como si todas se hubieran puesto de acuerdo para sonar a la vez.

El Dr. Ysi no pierde un segundo y se desliza ágil moviendo hilos aquí y allá. No hay tiempo que perder. Concentrado, atraviesa la maraña,  mágicamente logra no mover más que los hilos que él decide. Y las poleas siguen sonando, y a cada hilo le sigue otro, y otro, y otro. Así hasta que toca fichar hasta el día siguiente. Antes de acabar comprueba su listado. Una por una, todas las decisiones que se tenían que tomar ese día en el mundo. Con su rotulador verde va haciendo un tick en cada renglón. Millones de papeles en el suelo pintados de verde y el DR. Ysi, sonriente, da el día por concluído. Son las 23:59:58. Queda un segundo para fichar.

Y tú, sin saberlo, eres una víctima más del Dr Ysi. Tú, yo, todos.
Cada vez que tienes que decidir, tu nombre está en ese listado del Doctor. En cada decisión, sin darte cuenta, un hilo tira de ti hacia atrás desde lo más profundo de la tierra.
"Me quiero comprar un piso" - Y rápido sientes la mano del Dr. Ysi tirando del hilo
"¿ Y si suben de precio"?
¿" Y si me quedo sin trabajo y no puedo pagarlo?"
"¿Y si quiero cambiarme de ciudad?"

" Me cambio de curro" - Otro hilo tirando de ti
"¿Y si no me gusta?"
"¿Y si no encajo bien en el equipo"?

"Le voy a decir que me gusta" - Este hilo sí que suele tirar fuerte...
"Y si se asusta?"
"Y si le gusta otro?"
"Y si hago el ridículo?"

Te diría, amigo, que no te esfuerces mucho en buscar al Dr. Ysi. No.
Podrás excavar el agujero más profundo del mundo, podrás recorrer el centro entero de la tierra.
No te esfuerces.

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Lo que sí que puede que funcione (y es más barato) es comprarse unas tijeras, y zas...cortar esos hilos....y olvidarse del Dr. Ysi de por vida :) :)


lunes, 14 de octubre de 2013

Contextualmente

Llevábamos desde las 8 dando pedales, lo que vendrían a ser más o menos unas seis horas sobre la bici.
Culo dolorido, espalda sudada, rodillas agarrotadas. Según escribo mi trasero recuerda y me pide que lo remarque: culo muy dolorido.
Silencio. Silencio sólo cortado por el traqueteo de las ruedas sobre los montículos de tierra, por el aire en mis oídos, por mis pensamientos, que han dado la vuelta a tantos temas, a tantas caras y a tantas preguntas en las 6 horas de viaje.
Y alrededor....alrededor domina el color. Color intenso. Verde de las hojas de los plataneros. Azul en cada esquina del cielo. Gris, marrón, granate y casi rojo, de la tierra que con los kilómetros se va secando y mojando. Blanco radiante, de las sonrisas de los niños que salen al camino a saludar. "Mzungo, Mzungo, Mzungo!!!" . Caoba en las caras y las manos. Vestidos amarillos, turbantes púrpuras, paredes rojas, pantalones naranjas.

Se rompe el silencio. Y la melodía se me clava en el estómago. Muy curioso. Antes de que mi mente asociara un significado a ese tono, mi estómago ya sabía muy bien de qué se trataba.
Abro la riñonera. Teléfono del trabajo sonando.
Freno la bici. Me seco el sudor y descuelgo.
Mientras discutimos una corrección de 0,5mm en el armazón de la puerta posterior derecha no puedo dejar de mirar a mi alrededor. Me parece surrealista. El silencio sigue ahí, justo donde lo había dejado antes de sonar el teléfono. Desde lo alto de una colina, el día está nublado. Es precioso. Como si le hubieran puesto un filtro azulado con Photoshop a todos los colores.
Hay que tomar una decisión. Qué hacemos. Hay que reportar a dirección todo el tema de las correcciones.

Dos contextos. Dos circunstancias separadas por un muro de 4000 kilómetros. Decisiones tan importantes en uno de ellos y tan banales en el otro.
Sigo escuchando, siguen saliendo las palabras por mi boca y mi cabeza no para de pensar..."y aquí, a quién cojones le importa que corrijamos esa puerta?" Me da por pensar que nada de mi trabajo, nada de eso por lo que día a día corro, discuto y lucho, nada de eso tendría sentido en ese lugar donde el silencio y los colores, las sonrisas y las manos son los que mandan.

Es inevitable entonces pensar en lo importante del contexto. Y es que casi todo el valor de las cosas lo determinan en realidad las circunstancias que las rodean.
Mi abuelo Valentín trabajó toda su vida en una pescadería. Contaba mi abuela que en Navidad (aunque realmente no tuvieran mucho dinero), el abuelo siempre llevaba a casa un paquetito de angulas que le regalaban, lo cual era un auténtico lujo para cualquier mesa (a 1000 euros el kilo, o el dinero equivalente de la época)
Siendo mi abuela ya mayor, celebrando la nochebuena con mis tíos, pusimos 2 platos de gulas en la mesa. Mi tío le sacó un plato aparte a mi abuela. "Paca, para usted 50 gramos de angulas que hemos comprado aparte". Mi abuela las probó. "Se nota que son de verdad"

Evidentemente aquello no eran angulas. Pero mi abuela se fue con la alegría para el cuerpo de que hubiéramos tenido ese detalle.

Qué hace que dos cosas tan parecidas se diferencien en 1000 euros/kilo?

Habrá que pensárselo....contextualmente :)



miércoles, 2 de octubre de 2013

Desahogarse

O dejar de ahogarse.
El corazón y las tripas tirando hacia abajo de todo tu cuerpo, como con una gran goma elástica. Te arrugas. Tus labios, tu espalda, tus pasos habitando en una cámara de gravedad multiplicada por cien.
Al alma le falta oxígeno. Y aún así, ahogándose y pidiendo auxilio, 21 gramos de nada dominan a  más de 80 kilos de cuerpo.

Nunca las emociones fueron tan físicas. Nunca la cabeza tuvo un papel tan insignificante. Por más que se empeñe. Por más que materialice en voz tranquila discursos perfectamente estructurados en los que pone nombre y cara a cada emoción. Nos creemos maduros, detallando con sutileza eso que creemos que sentimos, dando una explicación lógica a lo que pasó y asumiendo lo que va a pasar.
Y tu cabeza se desahoga.

Lo difícil se queda en casa.
Abres la puerta y la cabeza vuelve de golpe a su sitio menor, a su rol de don nadie. La gravedad ha vuelto a aumentar mientras cruzas muy despacio el pasillo vacío (tan vacío) y lo único que oyes es tu caja torácica rebotando en todas partes, en tu sien, queriendo salir por tu boca, pidiendo auxilio. Ahogándose.

Ahogándose físicamente. Arrugándose. No entiende nada.
Lógico. Las emociones no entienden de entender. Y no hay nada que hacer. No hay manual para desahogarse, por más que te digan, por más que te digas.

Dicen los que saben (si hay alguien que sepa) que lo único que se puede hacer es esperar. Esperar ahogándose cada día. Hasta que un día, por casualidad, se suelte el tapón de esa piscina en la que te estás ahogando.
Dicen los que saben (si hay alguien que sepa), que el único consuelo es que el alma, al contrario que el cuerpo, puede ahogarse sin morir.

Eso sí, desahogarse...ni puede ni sabe cómo...
Para el alma, desahogarse sólo ocurre al desaguarse todo lo de alrededor.





lunes, 30 de septiembre de 2013

Con chaqueta de traje y sin zapatos

Cada mirada es una mirada de hoy, de ahora, de este momento, de YA. Igual que las sonrisas.
Quizás por eso son tan increíblemente fotogénicas. Tanto que a uno le cuesta dejar de mirarlas.

Miradas y sonrisas sin planificar. Y conversaciones. Y el trabajo. Y la vida.

África se muere un segundo más allá del segundo que estás pisando.
Por si no te había quedado claro no paran de repetirte el omnipresente Pole Pole ("despacio, despacio"). Quizá porque saben que tú, acostumbrado a las prisas y a pensar únicamente en qué harás o quién serás mañana, te vas a olvidar de disfrutar eso que vives ahora.

Pole pole. Echa el freno. Coge aire.
Un poco más.
 Y ahora sopla. Sopla fuerte y que el mañana se vaya muy lejos.

Para bien. Y para mal.

No es importante qué comerás mañana, quién serás de mayor, dónde estarás de aquí a tres años.
Y eso significa renunciar a la industria, renunciar a la educación, renunciar a la ambición. Carreteras a medio hacer o directamente sin hacer, casas que se caen, campos sin labrar, ríos sin canalizar, escobas sin palo, gente con chaqueta de traje y sin zapatos.

Y a cambio felicidad. Una felicidad que aquí seguramente nunca lleguemos a experimentar. La felicidad de no preocuparse y ser capaz de vivir, simplemente vivir.
Qué envidia...que nos lo digan a nosotros, que a veces casi morimos ahogados en nuestras preocupaciones.

Miradas y sonrisas intensas, sin el adorno del miedo, sin entender qué es exactamente eso del qué dirán, sin el freno de la prudencia. Llenas de vida.

Pole pole.

Sociedad caóticamente feliz y sin mañana. Y eso no lo va a cambiar nadie.

Ojalá nadie lo cambie.

Estando en Tanzania pensaba que quizá la mezcla perfecta para la felicidad para hoy y mañana se lograría con un ADN mitad africano mitad alemán. Tardé poco en darme cuenta de que eso sería igual de efectivo que mezclar jamón ibérico con ferrero roché...seguramente es desperdiciar lo mejor de los dos.

Y, después de todo, esa chaqueta de traje queda mucho mejor sin zapatos :)

martes, 21 de mayo de 2013

Si Madrid se acaba...

son las 7 de la tarde de un sábado. El cielo está medio nublado, una chaqueta no habría estado de más. Encojo los hombros y sigo escuchando a mi amigo. Lo del atleti, dice, eso sí que es algo grande.
Madrid ríe. En cada terraza. En cada conversación. Mires donde mires Madrid sonríe. Lavapiés es un hervidero a esas horas en la que uno estaba acostumbrado a no ver demasiado por la calle.

Primera parada para recoger a dos amigos más. Obligado acompañar la conversación con 4 botellines bien fríos. Casi ni nos oímos, la música está dos tonos más alta de lo que pide el oído a las siete y media de la tarde. Gesticulamos, nos abrazamos, amenazamos con matarnos. Era broma. Volvemos a reír.
La gente baila al lado nuestro. ¿Baila? Hay ambiente de tres de la mañana a plena luz del día. 4 botellines más y salimos a dar otra vuelta.
La calle se ha vestido de rojiblanca. Seguimos arreglando el mundo, sonriendo con los gestos de todos los atléticos y paseando por calles que, más allá del rojiblanco y del gris del cielo, quieren maquillarse de primavera.
Echo un trago en una fuente. Uno no sabe bien a qué sabe el agua de Madrid hasta que se acostumbra a no beberla. Echo el trago y recuerdo. Dulce, sabe a hierro dulce. No tardamos en entrar en otro bar y la cerveza viene acompañada de algo de comer. Y yo pienso, esto es Madrid. Seguimos hablando. Nadie ha parado de hablar desde que salí de casa. Ni en la parada del metro, ni en las calles, ni en los parques. Seguimos arreglando el mundo, abrazándonos. Otra caña y otro pincho. Vienen los colores en las mejillas y a las 9 y media  estamos recorriendo el barrio de las letras discutiendo a qué sitio del mundo iremos a contarnos las penas cuando no nos quede Madrid.

Las farolas colorean naranjas los adoquines del suelo. Las terrazas se han recogido y los restaurantes y las tascas son ahora escaparates de calamares, oreja, croquetas en platos que interrumpen risas. De verdad que no puedo parar de fijarme en las sonrisas. Quién diría que estamos en crisis.
Dos botellines más y llegada la hora cuesta despedirse para ir a casa.
Joder, cuesta despedirse cuando uno sigue escuchando risas en los grupos que aún llenan la calle mientras emprende el camino solo a casa.
Me voy despidiendo. De la gente. De los sonidos de las noches que, en Madrid, parecen casi siempre noches de verano. Del olor a aceite de los bares. De los chillidos para oírnos en un sitio atestado. De tocar, de reír, de abrazar. Me despido del aire, que huele al aire de siempre, de los parques, que huelen a primavera como nunca.

El regreso en Ave hace que vuelen los recuerdos.

Imposible dejar de escribirle a Madrid.

Imposible mientras Madrid se empeñe en no acabarse nunca.

domingo, 3 de febrero de 2013

DE OTROS

No somos tan distintos. Os lo aseguro.
El Sr. Bárcenas. Roldán. Rajoy. Tú, yo. Y cualquiera. Somos todos de la misma jodida pasta.

Es probable que te sientas de alguna manera insultado. No es mi intención. O sí. En cualquier caso te invito a seguir leyendo. 

Ayer salimos a cenar a un restaurante de Barcelona. Es curioso que los platos de la carta de alguna manera aparentemente casual acaban ordenándose de los más baratos a los más caros. Me di cuenta de cómo, aparentemente sin darme cuenta, ni siquiera me preocupé en mirar los platos de más de 15 euros (y eso que había casi más que de menos de 15 euros)
La cena estaba realmente rica. Como siempre, acabé mi primera cerveza casi nada más empezar. La segunda cayó según me traían el segundo plato. Y así fue que, casi sin darme cuenta, había decidido que no tomaría nada más de beber que me ayudara a pasar aquella exquisita hamburguesa con patatas. 
De postre, por supuesto, ni hablar. 
La cuenta. 28 euros. Todo riquísimo. Acostumbrado a los precios de Barcelona, precio más que correcto. Debo decir que el montante de la cuenta no me sorprendió, porque, no sé bien en qué momento, en algún lugar de mi cabeza habían quedado guardados los precios y ya se había calculado de forma inconsciente lo que pagaríamos. 

De vuelta fui repasando todas esas cosas que casi sin darme cuenta habían pasado durante la cena. No mirar los platos más caros, no pedir otra cerveza, no pedir postre, tener calculado lo que me gastaré.
Se trata de mi dinero, y, por supuesto, no puedo permitirme gastarme 50 euros cada viernes que salgo a cenar.

Esa misma noche pensé en la última vez que salí a cenar con mis padres. Por supuesto no reparé en si me tomaba una cerveza más o no. Postre, obviamente sí. Los platos caros...no se trataba de coger el más caro, pero había que aprovechar para darse un pequeño homenaje con aquel solomillo de 17 euros. 
No me preocupé mucho del precio. Sabía que algo más caro sería, pero dejé que mi padre se arreglase con la tarjeta de crédito, el camarero y el lector de tarjetas inalámbrico.

Un ejemplo cercano. Una comparación de lo diferente que nos comportamos cuando el dinero es nuestro y cuando no lo es. 
En el primer caso, de forma inconsciente las decisiones se toman con el trasfondo de todo lo que te costó ganarlo, de lo que te gustaría ahorrar, de todo lo que te queda aún por pagar.
En el segundo caso, la decisión se toma con alivio. 
Y fijaos bien que los que pagaban en este caso tenían nombre y apellido: mis padres. 

No estoy de acuerdo con el lema políticos ladrones. Os digo, los políticos son exactamente de la misma pasta que todos nosotros. 
Cuidan de su dinero. Y, cuando se trata del dinero de otros...pues en ese caso no se cuidan tanto. Pero, qué casualidad, sean los políticos que sean, de la ideología que sean, de la ciudad que sean,...TODOS TODOS TODOS tienen el mismo comportamiento. 

Hacer lo que les sale de los cojones con el dinero de los otros.

Soy de la sincera opinión de que el 90% de la gente en su posición acabaríamos haciendo lo mismo. Lo dicho, lo hacemos a pequeña escala con nuestros padres, ¿por qué no lo íbamos a hacer con el dinero de gente que ni siquiera conocemos?

No creo que la causa de esta problemática esté en las personas. Ni mucho menos.
El cáncer es el sistema.
Ya podemos poner a Mahama Gahndi de ministro, que mientras no cambie el sistema de raíz tendremos muy probablemente al mismísimo premio Nobel de la Paz en los titulares de El País por cohecho...

Es muy sencillo. Haz que el político tenga en juego su propio dinero en función de su trabajo.
 Define objetivos de gestión. Para cada ministro. Para cada concejal. Para cualquier persona del ámbito público. Haz que su sueldo vaya acorde al grado de cumplimiento de dicho objetivo.

Con una comisión de evaluación
¿Que no se cumplen los objetivos? A la calle. Y de pensión vitalícea los cojones. El paro como todo el mundo en función del tiempo trabajado.
¿Que se cumplen los objetivos? De maravilla. El político cobra un buen sueldo y además tienes a todos los ciudadanos contentos.

Mientras no se evalúe el rendimiento de los cargos públicos y su sueldo no vaya en función de dicho rendimiento nunca nadie en la política logrará mejoras de nada, nunca se dejará de robar. La democracia será un sistema injusto, ineficiente y lleno de gente cuya única aspiración es ver cómo gestionar de la mejor manera lo de los otros para su propio bien. (en lugar de para el bien de todos)

Así que os animo a pensar de otra manera. A exigir cambios. SI. Pero del sistema. 
Mientras sigamos así, os aseguro que El País se va a hinchar a vender. 
Yo propongo que para el político esté en juego lo suyo, mientras gestiona lo de los otros.