sábado, 29 de diciembre de 2012

Otra jubilación

Se despidió diciéndonos eso que desde el principio del concierto ya habíamos ido intuyendo poco a poco, canción tras canción. Quizá sea tan sólo eso. Quizá las cosas bonitas acaban llegando cuando uno se dice a sí mismo hoy no quiero pensar.

Con boina, camisa blanca a juego con su bigote y un manojo nervios Antonio nos recibió a cada uno de nosotros a la entrada de la sala con un abrazo, con una sonrisa, agarrando un segundo más tu mano. 
No tardó en confesar todas sus virtudes. Sus 59 años. Sus dos hijas. Su mujer. Sus amores de la infancia. Sus placeres. Sus miedos. Y la sombra de la boina se quedó pequeña para tapar la luz de sus ojos, que con alguna que otra canción temblaban y casi nos hacían temblar a nosotros. Y su bigote tampoco fue quién para ocultar una sonrisa que siempre empezaba en él y acabábamos haciendo nuestra. 

El aplauso se convierte entonces en nuestra única forma de agradecimiento. Uno aplaude concentrado, pensando que quizá por cosas del destino el cariño pueda viajar en forma de onda sonora desde nuestras manos hasta el escenario. 

No falta el último abrazo de Antonio al acabar. Radiante. Una vez más se detiene uno por uno, casi como un niño nos pregunta inquieto qué tal ha estado. Una vez más le cuesta soltar tu mano.

Tras casi dos horas uno se vuelve a casa con una sonrisa y sumido en una paradoja:  no puedes parar de pensar en qué bueno es eso de no pensar. De decirse a sí mismo no te escuches. Déjate estar. Déjate ser. 

Y Antonio, entrados los 50 años, se dejó estar. SE DEJÓ SER. Se olvidó de los miedos de una jubilación monótona tras una vida trabajando y se echó una guitarra al hombro para hacer algo muy sencillo: lo que él quería. 
Decidió jubilar a su jubilación, romper  con lo que se supone, olvidarse de lo que debería. Un gran ejemplo.  

Y a sus hijas, que se les llena la boca de color cuando hablan de él, les ha quedado mucho de ese Antonio. De la frescura de no tener que pensar demasiado cuando se trata de hablar, de contar, de sentir. 

Un placer volver así a casa. Con renovadas intenciones de planes de vida aún por hacer. 

Antonio, un consejo. Cuando te vuelvan las dudas, cuando vuelvas a preguntarte, te paso este link para que escuches  :) 


http://www.youtube.com/watch?v=UuRoXhRn7ic

lunes, 10 de diciembre de 2012

Felices Sueños (escandinavos)

Un escaparate de sueños. De vidas perfectas. De familias felices. De parejas de cuento de hadas.
Y de perritos calientes a 50 céntimos a la salida.

Si habías pensado dibujar un futuro para tu vida, IKEA se encarga de dirigir la mano en la que tienes el pincel.
Avanzas por el primer pasillo y, mientras ella va mezclando los colores en su paleta, tu cabeza va formando poco a poco las letras de esa palabra mágica. Avanzas un poco más. Otro paso más. Y ya lo tienes. El pincel se posa sobre el lienzo y tu boca no puede contenerse ni un segundo más: N-E-C-E-S-I-T-O.

NECESITO.

Ahora lo necesitas. Porque acabas de descubrir que un porcentaje de felicidad en tu vida a partir de ese instante pasa por comprar ese artículo. Exacto, ese separador de calcetines para los cajones, o el revistero para el sofá, un par de stores para las ventanas del salón, o la estantería BILLY para el rincón vacío de tu habitación, el baúl para la ropa de los niños, una butaquita KARLSTAD para la abuela... Y no acabo!

La necesidad está ahí. Y ahora sólo queda resolver el choque de necesidades. Os invito a quedaros quietos durante diez minutos en una sección cualquiera del IKEA. Las discusiones son graciosas, graciosísimas.

NECESITO un armario BOK o STANDLER? NECESITO una mesa BJUSA o HEMNES?

Son palabras mayores, hay mucho en juego.

Eso sí. no es tan gracioso darse cuenta de que uno se ha visto sumido en estas mismas discusiones en cada visita al gigante amarillo y azul.

NECESITO.

Esa ha sido la virtud de los creadores de Ikea. Auténticos virtuosos con el pincel, capaces de dibujar el escenario perfecto para eso en lo que nunca pensaste sea ahora una necesidad. Es por eso que a todo el mundo le pasa lo mismo: van a comprar un edredón y vuelven a casa con un edredón y el maletero lleno de cosas con nombres escandinavos.

Y perritos calientes por cincuenta céntimos.

Y siendo un poco más felices, por supuesto, nos vamos a dormir.

FELICES SUEÑOS (escandinavos) a todos.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Poner nombre a 3 años

Hoy los dedos se movían nerviosos, golpeaban la mesa, abrían y cerraban el boli. Hoy mis dedos me pedían hablar, hablar de mis recién cumplidos tres años en Barcelona.
Tres años. Tres puestos de trabajo en una misma empresa. Cuatro casas en un mismo barrio.
Aaaay...Qué típico sería decir ahora eso de qué rápido pasa el tiempo.

Tan típico como incorrecto. Porque el tiempo, aunque no nos lo parezca, pasa exactamente tan deprisa ahora como despacio cuando estamos esperando en la cola del servicio público a que nos toque el turno.

Algunas cosas no cambian. Como la de los pájaros en la cabeza, esos siempre están dando vueltas por ahí arriba. A veces me gustaría que me lanzasen un montón de cuerdas desde lo alto, atármelas a las muñecas,y, al más puro estilo la casa de UP!, dejarme llevar donde decidan. 
No me hago a quedarme quieto. Hasta me dolió contar los años en Barcelona. Uno, dos, tres. Y los pájaros desde ahí arriba cada vez el pelo menos rubio y algo más blanquito. 

Añoro los momentos de adaptación. El llegar, el tener que conocer, el no saber, el obligarse a salir. El organizarse. Añoro eso de irme haciendo fuerte allí donde no me conocen. 
No quiero ser un español por el mundo más. No quiero irme a tener una casa ideal con un trabajo ideal y salir sonriente contando lo ideal que ha sido todo. Ya os digo, el cuerpo me pide construir, empezar de cero, poner las piedras con la mano e ir mirando poco a poco la casa que voy construyendo.

Mientras tanto, no le puedo pedir más a la vida en Barcelona. Después de un año en esta ciudad con mar, fui a cruzarme con mi Mar en pleno centro de la ciudad, al ladito del Camp Nou. Resultó que mi Mar viene de Mallorca. Es un mar en calma, de esos de atardecer en verano, siempre dulce.
En el trabajo voy entendiendo que lo fundamental está en las personas. Que la clave está en hacer a tu equipo todo lo grande que puedas. Y eso quiero. Y por eso apuesto. Por convencerles de que pueden, por obligarles a crecer. Y viéndoles me convenzo. Me obligo. 
En el tema amigos tengo el placer de haberme rodeado de gente excepcional. Cada uno en lo suyo. Futuros líderes. Algunos talentosos, otros creativos, otros impulsivos. Genios. Resalto lo de la inteligencia, porque una de las cosas que más hacemos cuando nos juntamos es reírnos. Siempre lo he dicho, no hay prueba mayor de inteligencia que el reír y saber hacer reír. 

No quiero dejar nada sin repasar y pensando miro por la ventana. Barcelona pide a gritos la independencia. Yo diría que en realidad pide una solución para muchos otros problemas, pero alguien con las cosas muy claras le ha puesto el nombre de independencia. 
En mi opinión la fórmula es clara: mala gestión del gobierno catalán y español (igual de mala que la gestión de cualquiera del resto de autonomías) + el lastre que medios como telemadrid o abc generan en la opinión catalana + situación agravada de crisis + el lastre que medios como tv3 generan en la opinión catalana

Lo dicho, frente a la necesidad, siempre hay oportunismos. Eso sí, nadie ha hablado de resolver todos los problemas en la última campaña electoral.

Me canso de explicar que la gente de Madrid no es del partido popular por convenio.

Se echa de menos Aluche. El olor del frío por las mañanas. El viento en la cara subiendo a Casa de Campo. El olor del metro. Qué fuertes son los recuerdos traídos por los olores. Ver crecer a mis dos sobrinos. Pasar más tiempo con mis padres. Tardes de cañas con los amigos, hablando una vez más de las batallitas del instituto. Abrazos sinceros. Lágrimas de la risa. 

Mucho tiempo después me decido a escribir otro blog. Un blog que sirvió para lo que tenía que servir....

....poner nombre a recuerdos de tres años.



lunes, 28 de mayo de 2012

De primero....

Alex tiene la montaña por pasión.
Casi cada fin de semana de su vida se lo ha pasado robándole metro a metro algo de altura al cielo.
Un paso, otro, otro. Respiración constante. Otro paso. Otro metro ganado.
Coronar. Respirar profundo, girar la vista 360º alrededor sin un solo obstáculo y sonreír.
Casi cada fin de semana Alex ha madrugado para acariciarle los pies a una montaña al amanecer y darle un beso de despedida en la coronilla en la puesta de sol.
Así un fin de semana tras otro. Un puente tras otro.
Montserrat.
Los Pirineos.
Los Alpes
El Atlas.
Aconcagua.
China

Una vida que más que en kilómetros andados se mide en el desnivel acumulado.

Con 27 años Alex parte este verano a Pakistán para subir su primer 8.000. Mientras nos hablaba de la preparación, de la planificación, del coste económico (6.000 euros la licencia para subir), no podíamos sino escucharle con cara de fascinación.

Pensando en todo lo que nos contó, al día siguiente era incapaz de desprenderme de un pensamiento. Me dio la sensación de que hagamos lo que hagamos en esta vida, ya sea lo más heroico, lo más sacrificado, lo más original...me da la terrible sensación de que nunca seremos los primeros en hacerlo.

Me entristece pensar que nunca seré el primero en hacer algo, que nunca haré algo tan insólito como para que nadie sea capaz de repetirlo tras de mí.
El 99,99% de los humanos nos movemos en un 99,99% de acciones cotidianas, repetitivas. Incluso nuestras acciones heroicas se antojan vulgares, pues quién sabe cuántos miles de personas han hecho eso mismo con anterioridad.

No puede ser más pesimista este blog. Acabo con rabia, con la rabia de saber que no soy el primero que escribe blogs y de que escribir blogs evidentemente forma parte de ese 99,99% de vulgaridad.

Eso sí, a Alex decirle que si bien probablemente mucha, muchísima gente ha subido un 8.000 en su vida, él será el primero para mucha, muchísima gente que, como yo, nunca conocerán a nadie que lo haya hecho y que nunca soñarán con hacerlo.












miércoles, 23 de mayo de 2012

como en gran hermano

Cada vez me ocurre más a menudo. Esa sensación de artificio, de aspecto irreal en todo lo que me rodea.
Como en el libro de Gran Hermano.
La banca, la crisis, los fondos de inversión, la recesión, los bonos, la prima de riesgo. Un mundo movido por entes desconocidos, por seres a los que nadie pone cara, por especulaciones sin mano visible. Una gran bola empujada por quíen sabe quién.
Un mundo que llena la mitad de los espacios de noticias, la mitad de las columnas de los periódicos, la mitad de nuestras vidas con frases imprecisas, términos intangibles, opiniones basadas en argumentos imposibles de probar.
Cada vez me ocurre más a menudo. Esa sensación de que nada de eso que nos cuentan existe. La sensación se ser un pequeño borreguito obedeciendo las directrices de un cuento inventado.
Un borreguito que cada mañana se levanta a las 6:30 y coge el coche con el resto de borreguitos para ir a trabajar mientras, como el resto de borreguitos, escucha en la radio lo mal que va el mundo, que hoy todo está peor que ayer.
Hoy todo está peor que ayer.
Cada día la misma sentencia
"¿Cómo estaríamos hace un mes?"  me pregunto. Ni me acuerdo. Seguro que estábamos mucho mejor, no cabe duda. Antes todo era mejor. Es lo único que tenemos claro.
Somos un poco más pobres. Nuestro trabajo vale cada día un poco menos. Cada vez sabemos menos.

Como borreguitos nos acostamos a eso de la medianoche escuchando de fondo en las noticias

bla bla bla la banca
bla bla bla recesión
bla bla bla prima de riesgo
bla bla bla recortes

Borreguitos cabizbajos. Hasta nos sentimos culpables. No entendemos qué es eso que pasa realmente. Pero, qué cojones, nos sentimos culpables. Sin saber qué ocurre. Algo nos toca en el estómago. Como cuando sabemos que algo va a ir mal.

Esa esa la sensación. Y protestamos. Me hace gracia eso de protestar. Como si existiera una barrera física que nos impidiera tomar acciones. Algo así como un ser superior. Un gran hermano.

"Pero acciones se toman", dirá más de uno. Pues para mí acciones no son ni manifestarse, ni hacer huelga, ni violentarse, ni acampar. No son acciones, precisamente porque no accionan nada.
No hay acciones. De esas que accionan, me refiero. Acciones que cambien cosas. Somos peor que la peor oposición que ha tenido el peor de los gobiernos. Protestamos. Decimos todo eso que hacen mal nuestros políticos, pero no proponemos ninguna alternativa.

Como en gran hermano, como si algo superior obligase a todo a ser como es y a estar como está, regido por cosas que ni siquiera sabemos lo que son.

De verdad que me siento así. Parte de un rebaño que va y viene por el camino que otros han hecho. Sin saber a dónde voy y casi sin recordar de dónde vengo.


domingo, 20 de mayo de 2012

Juegos reunidos

Lo reconozco. Los semáforos me pierden.
Y sí. Lo reconozco.Soy víctima de una peligrosa bipolaridad odio-amor con ellos.
Odio. Odio mortal. Cuando al fondo de la avenida te miran desafiantes, con los ojos verdes como platos. Les escuchas tentándote "vamos pequeño, acelera si te atreves". Y tú te atreves. Aceleras. Y cuando crees que has ganado, cuando tu labio comienza a dibujar una sonrisa de victoria, cuando quedan ya sólo cien metros, ochenta, aprietas el volante, el acelerador y los dientes. 
Aparece el naranja. Cuarenta metros. Treinta. Tu sonrisa desaparece y empiezas a oír la carcajada del semáforo. "Hijo de puta", piensas. No quieres soltar el acelerador. Tú pie empieza a temblar. 
Rojo. 
Sueltas acelerador. Frenas. El coche se detiene. El rojo de la luz se refleja en tu cara como símbolo de la derrota. Golpeas el salpicadero. "Hijo de puta", vuelves a pensar. No quieres ni mirarle. Ha vuelto a ganar. Te lo está diciendo con su mirada roja. No quieres escuchar su mirada.

Subes la música. Y piensas. 
Y ahí empieza la parte buena del semáforo. Tiempo para pensar y en el que casi casi uno está obligado a pensar. 
Cuántas teorías, cuántas vueltas a recuerdos, cuántos planes habremos elaborado en un semáforo.

Del rojo al verde. Se acabó. 
Pues lo dicho, te odio y te quiero. No sé cómo decirlo. Jodido si te pones en rojo. Y,sí, también un poco jodido cuando te pones en verde.

Sirva esta pequeña introducción para explicar cómo llegué al tema del blog. Volviendo del trabajo, tras el odio hacia el primer semáforo en rojo de la diagonal vino uno de esos momentos de reflexión. 

Y tras un día entero repleto de reuniones, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, evidentemente el tema de la reflexión no podía ser otro que ese, las reuniones. 
Todos entendemos por una reunión como ese espacio temporal en el que un grupo de personas se junta para tratar de dar solución a un determinado tema, ya sea en el mismo lugar o incluso en lugares distintos, como puedan ser las reuniones por videoconferencias o reuniones telefónicas. 
Tras muchas y muchas horas de estar presente en reuniones uno adquiere el vicio de observar, vicio casi obligado si uno no quiere dormirse en la mayoría de los casos. 
Lo primero que observa uno es que, si bien el objetivo global de la reunión puede ser la resolución de un determinado problema, ese objetivo choca directamente con los objetivos particulares de cada individuo. De entre estos objetivos individuales cabe destacar principalmente dos: 
1- No salir con más trabajo que el resto de la reunión
2- Boicotear los argumentos del resto de personas si dichos argumentos van en contra del punto número uno. 

De este modo, un reunión deja de ajustarse a su definición original, y pasa a convertirse en un juego ridículo de argumentos con el único objetivo de que los puntos 1 y 2 no sean violados.
Los juegos reunidos.
Y, repito, es indiferente lo buenas que sean tus palabras para el objetivo global. Sí sí, ese objetivo por el que originalmente se convocó la reunión. ¿Alguien lo recuerda? Probablemente no. Ahora sólo importa que el cabrón de comercial no te endose el marrón. 

Uno se da cuenta de que hay auténticos magos de la palabra, malabaristas en la técnica de la argumentación. 
¿Y si todos esos esfuerzos, toda esa inteligencia se aplicasen a la resolución del problema que nos atañe? No no, no puedo distraerme en pensamientos como este, el de recursos humanos ya me está intentando liar la pandereta...

Juegos reunidos. 
Que vienen a ser, en definitiva, la rutina de muchos de nosotros. 


lunes, 26 de marzo de 2012

vida

vida con mayúsculas
eso es lo que Caridad le ha dado esta tarde a Martina. Un puñado enorme de vida.
Se lo ha querido dar mano a mano, muy de cerca. Ha querido asegurarse de que no se derramara ni una gotita por el camino.

Y lo ha conseguido.

El adiós de Caridad más que un adiós me ha parecido un gran homenaje. Como en Big Fish. Un homenaje a la vida. Vida en cada abrazo entre sus hijos, nietos, amigos. Abrazos que hablan de una gran vida.

Durante el entierro los familiares rodeaban en semicírculo el sepulcro. Y en el centro del semicírculo Joan, su marido, no despegaba la mirada de la lápida.
Pasaron quizá veinte minutos hasta que la losa cerró el sepulcro. Veinte minutos que a Joan, supongo, le debieron pasar volando. Vida. Según se iba cerrando la lápida se le escapaba un trozo de vida. Sus ojos vidriosos despedían toda esa VIDA que se le estaba escurriendo lentamente.

Pero Caridad guardaba un as en la manga, y por supuesto no iba a permitir que toda esa vida se fuera así de repente.
Se cerró la lápida.
Un silencio largo de última despedida.
Y suena un teléfono.

Es Martina, su bisnieta que ya viene al mundo.

Ese era el as que se guardaba Caridad en la manga. VIDA.

Mucha vida para Martina.
 
Y también un poquito de vida para todos nosotros :)

domingo, 11 de marzo de 2012

comparativamente

De tanto en cuando, mientras uno se frota la cabeza para aclararse el pelo de champú, una parte de la espuma acaba alojándose en una de las orejas, a veces en las dos.
Ocurre que en ese momento, rodeados de vapor, con las manos algo arrugadas tras 6 minutos de pensamientos y cánticos desacertados bajo la alcachofa de la ducha y con nuestro dedo hurgando en una de las orejas para desalojar la espuma acumulada, en ese momento digo llega por fin la reflexión.

Es curioso que los momentos más lúcidos de reflexión de nuestras vidas lleguen casi siempre en la ducha. Uno podría por tanto extraer la deducción de que la sociedad humana, visto lo visto, no es muy dada al hábito de la ducha....Eso, o que directamente somos muy garrulos, independientemente de lo mucho o poco que nos duchemos.

Decía que esta mañana me dio por pensar en lo enfermizamente comparativos que somos. Tan comparativos somos, que al final acabamos por ser, siempre, comparativamente felices.
Hace poco un compañero de trabajo se quejaba porque no le habían subido el sueldo. Ahondé un poco en la conversación. Le pregunté cuál era su sueldo. Coño, bastante bueno. Le pregunté si le daba para vivir. Coño, pues vivía bastante bien. Entonces quise saber porqué estaba tan enfadado.
"Lo que me jode no es que no me hayan subido el sueldo a mí, sino que se lo hayan subido a tres en el departamento y yo no sea uno de ellos"

Es decir, si él hubiera estado solo en el mundo su sensación sería de felicidad: tengo un buen suelo, por lo tanto soy feliz. Pero al convivir con más individuos aparece la felicidad comparativa: sólo soy feliz si lo mío está en la media o por encima de la media de los que me rodean. Léase "tengo un buen sueldo, pero como el sueldo de mi compañero es más alto, entonces no soy feliz".

Es una auténtica tragedia eso de la felicidad comparativa en los tiempos que corren, en los que una de las mayores prioridades de nuestras vidas es mostrarle a los demás todo lo bien que nos va.
Efectivamente, no ayuda el hecho de que uno no pare de encontrarse en el facebook estados del tipo "De vuelta del viaje de México y preparando las maletas para Tailandia". Leyendo esto uno no puede dejar de pensar "soy un mierdas, yo estoy de vuelta del trabajo preparando la bolsa para ir a la piscina municipal mientras ese tío se está recorriendo el mundo".
Lo asombroso de esta situación es lo mucho que nos cuesta mucho pensar "qué suerte tengo de tener este trabajo que tengo y de poder ir tranquilamente a echar unos largos por la tarde a la piscina". La opción "soy un mierdas" suele ganar, sin duda, por mayoría.

Este afán (o necesidad) por comparar es causa de infelicidad, no hay duda de ello, pero por otro lado ha sido, es y será la mayor motivación de superación del ser humano.
En efecto, no nos superamos por ser mejores. Nos superamos por ser mejores que los demás.

Compararnos nos hace mejorar. Que los demás sean buenos nos hace mejores. Que nosotros seamos buenos hace mejores a los demás. Como en círculo ascendente. Como si el progreso necesitase de esta espiral.
Un atleta entrena con el único objetivo de batir los récords de los demás, y, el que ya ostenta el récord necesita mejorarlo para que nadie lo supere.
Nunca hablamos de superación individual, necesitamos el comparar como el comer.

Es extraño. Nos pasamos toda una vida comparando para acabar siendo seres mucho mejores
...

...

aunque mucho menos felices  

  

domingo, 5 de febrero de 2012

desaprender

Me gusta mucho esa publicidad de ING que habla sobre desaprender. Me gusta porque creo que es indudable que todos en particular y la sociedad en general tenemos como tarea pendiente desaprender muchas cosas.
Nuestra evolución personal y el progreso colectivo pasan en muchos casos por ser capaces de borrar costumbres y crear nuevos hábitos.
Peeeero
(siempre hay un pero)
Lo malo de desaprender es que es jodidamente complicado.


Nuestras costumbres son quizá como el cauce de un río. Podemos secar hasta la última gota de agua del mismo y construir un segundo cauce junto al cauce natural; pero todo nuestro esfuerzo será inútil. En efecto, cuando vuelva a llover, el agua seguirá bajando por el cauce natural en lugar de por el que hemos construído.

Podríamos decir que para tener éxito al desaprender, será necesario llenar completamente de arena el cauce natural del río hasta hacerlo desaparacer. Es entonces, cuando ya no quede rastro del mismo, cuando podemos empezar a construir el nuevo cauce por donde lo queremos.

Desaprender hábitos es efectivamente complicado y requiere mucho, mucho más esfuerzo que aprenderlos.
Pero no nos engañemos, es algo realizable. 

Hay algo frente a lo que sin embargo me doy totalmente por vencido. Desaprender emociones.


Ocurre que en lo que a emociones se refiere el cuerpo reacciona por sí sólo, más allá de todas las órdenes sensatas que le pueda enviar la cabeza. Nervios, celos, angustia, rencor. Las emociones llegan directamente al cuerpo sin pasar por la cabeza, levantan un fuerte en mitad del estómago y plantan batalla a cualquier indicación racional.


En el caso de las emociones, y si cabe con más razón, desaprender sólo pasa por conseguir borrar el cauce natural del río por completo. No vale con secarlo, porque el agua volverá a correr por el mismo sitio, independientemente de todo el esfuerzo que hayamos hecho.

Y la pregunta es...

¿Cómo coño se consigue eso?

miércoles, 1 de febrero de 2012

CARAS

Miro caras.
Cuando camino, siempre miro caras.
Las miro y noto cómo sin quererlo surge dentro de mí una necesidad casi natural de juzgar al individuo que hay bajo esas caras.
Camino.
Y veo caras
Y, sin quererlo, juzgo. Instintivamente. Esbozo de forma instantánea el guión de vidas que no son las mías. Asocio rasgos con caracteres y con historias. Arrugas con preocupaciones, mofletes con sinceridad, ojeras con tristeza, simetría con confianza, labios carnosos con pasión, nariz afilada con soberbia,... 

Siempre que sigo este ritual me surge la misma pregunta. ¿Son justas las caras?

Pues evidentemente no. Ya nos avisa el refranero de que las apariencias engañan y, todo hay que decirlo, ese tal señor refranero no tiene por costumbre equivocarse. Las caras son injustas. Pero qué coño, es injustamente inevitable dejarnos guiar por las conclusiones a primera vista. Las caras no nos cuentan la verdad, las cejas, los ojos, los párpados, las arrugas de la frente, los labios. Nos mienten. 

Las caras nos mienten. Pero ojo, los gestos no.
Mirando y mirando caras saco la conclusión de que, más allá de los rasgos meramente físicos, son las maneras que tenemos de gesticular las que hablan de verdad de nosotros, las que cuentan nuestra historia, nuestras vivencias.
Conzco a una persona que ha vivido una gran desgracia personal. Fue hace muchos años, pero desde entonces, en cada uno de sus gestos, hasta en su sonrisa, puede leerse aquella desgracia. Difícil de describir si uno no lo tiene delante. Es algo así como que a los labios les cuesta levantarse con la risa, como si todas las emociones que su cara puede representar estuvieran lastradas, como si cada músculo de su cara tuviera un pequeño peso de 100 gramos tirando hacia abajo. Es el peso de una historia.

Cualquier historia. Sea la que sea. La soberbia heredada de años de un trato preferente, que aparece con una ligera dejadez en los labios, con frialdad en las expresiones. La desconfianza por alguna experiencia pasada, que tiende a esconder la mirada con rapidez. La ambición, que te envuelve con todos los músculos de la cara, desde la barbilla a la frente.

Y aquí sí. Aquí sí me fío. Cada vez que miro una cara me olvido de la cara y me voy a sus gestos. A que me hablen. A escuchar su historia.

Mil caras cuando camino.

Mil historias.

A veces juego a mirarme al espejo e intentar adivinar cuál es la mía.

domingo, 29 de enero de 2012

si no me falla la memoria

Se dice siempre que a lo largo de nuestra vida vamos escribiendo un libro. El libro de nuestra vida.
Ojalá.
Ojalá escribiéramos sobre papel toda nuestra historia, ojalá plasmásemos con tinta en tres millones de tomos todos y cada uno de los segundos de nuestra vida, cada suspiro, cada pensamiento, cada respiración, cada imagen, cada latido.
Y ojalá pudiéramos dedicar otra vida entera a perdernos por los pasillos de esa biblioteca infinita, para revivir página a página y palabra por palabra nuestra vida. Darle una segunda oportunidad a esos instantes que fueron tan efímeros, quedarnos sin respiración un rato, sólo un ratito más.

Pero nunca podrá ser así, porque los recuerdos no hay quien los plasme en tinta. No hay quien los retenga. Se van. Se van tan sigilosamente que ni nos damos cuenta. Tan sigilosamente que no somos capaces siquiera de acordamos de que ya no nos acordamos.

Por desgracia nuestra memoria no entiende de tinta ni de papel; construye los recuerdos en grandes dunas de fina arena. Dunas que con el tiempo, con el viento, aparecen y desaparecen, crecen, se hacen pequeñas, crecen, desaparecen, aparecen, se mueven, se hacen pequeñas, desaparecen, desaparecen,
desaparecen
desaparecen
desaparecieron.


Da miedo. Da miedo perder los recuerdos de lo que hemos sido. Da miedo cuando vemos una foto nuestra y ni siquiera somos capaces de adivinar el momento al que pertenece. Qué hacíamos allí, cómo nos sentíamos, cómo éramos.

Cómo éramos. Da miedo no saber ya más como éramos.

Sesgamos los recuerdos con nuestra personalidad de ahora, con nuestras ideas de hoy. Nos reconstruimos. Soplamos el viento a nuestro antojo para hacer que los recuerdos queden como queremos.  Y uno ya nunca más sabrá si eso que recuerdo fue realmente como lo recuerdo.

La memoria siempre falla. Falla ella y la hacemos fallar nosotros. Asusta.
Asusta pensar que dentro de unos años habrá muchas cosas de hoy que no recordaré.

Por lo menos dejo hoy esto escrito. Que quede constancia de que al menos intenté avisarme.

Por si me olvido