domingo, 3 de febrero de 2013

DE OTROS

No somos tan distintos. Os lo aseguro.
El Sr. Bárcenas. Roldán. Rajoy. Tú, yo. Y cualquiera. Somos todos de la misma jodida pasta.

Es probable que te sientas de alguna manera insultado. No es mi intención. O sí. En cualquier caso te invito a seguir leyendo. 

Ayer salimos a cenar a un restaurante de Barcelona. Es curioso que los platos de la carta de alguna manera aparentemente casual acaban ordenándose de los más baratos a los más caros. Me di cuenta de cómo, aparentemente sin darme cuenta, ni siquiera me preocupé en mirar los platos de más de 15 euros (y eso que había casi más que de menos de 15 euros)
La cena estaba realmente rica. Como siempre, acabé mi primera cerveza casi nada más empezar. La segunda cayó según me traían el segundo plato. Y así fue que, casi sin darme cuenta, había decidido que no tomaría nada más de beber que me ayudara a pasar aquella exquisita hamburguesa con patatas. 
De postre, por supuesto, ni hablar. 
La cuenta. 28 euros. Todo riquísimo. Acostumbrado a los precios de Barcelona, precio más que correcto. Debo decir que el montante de la cuenta no me sorprendió, porque, no sé bien en qué momento, en algún lugar de mi cabeza habían quedado guardados los precios y ya se había calculado de forma inconsciente lo que pagaríamos. 

De vuelta fui repasando todas esas cosas que casi sin darme cuenta habían pasado durante la cena. No mirar los platos más caros, no pedir otra cerveza, no pedir postre, tener calculado lo que me gastaré.
Se trata de mi dinero, y, por supuesto, no puedo permitirme gastarme 50 euros cada viernes que salgo a cenar.

Esa misma noche pensé en la última vez que salí a cenar con mis padres. Por supuesto no reparé en si me tomaba una cerveza más o no. Postre, obviamente sí. Los platos caros...no se trataba de coger el más caro, pero había que aprovechar para darse un pequeño homenaje con aquel solomillo de 17 euros. 
No me preocupé mucho del precio. Sabía que algo más caro sería, pero dejé que mi padre se arreglase con la tarjeta de crédito, el camarero y el lector de tarjetas inalámbrico.

Un ejemplo cercano. Una comparación de lo diferente que nos comportamos cuando el dinero es nuestro y cuando no lo es. 
En el primer caso, de forma inconsciente las decisiones se toman con el trasfondo de todo lo que te costó ganarlo, de lo que te gustaría ahorrar, de todo lo que te queda aún por pagar.
En el segundo caso, la decisión se toma con alivio. 
Y fijaos bien que los que pagaban en este caso tenían nombre y apellido: mis padres. 

No estoy de acuerdo con el lema políticos ladrones. Os digo, los políticos son exactamente de la misma pasta que todos nosotros. 
Cuidan de su dinero. Y, cuando se trata del dinero de otros...pues en ese caso no se cuidan tanto. Pero, qué casualidad, sean los políticos que sean, de la ideología que sean, de la ciudad que sean,...TODOS TODOS TODOS tienen el mismo comportamiento. 

Hacer lo que les sale de los cojones con el dinero de los otros.

Soy de la sincera opinión de que el 90% de la gente en su posición acabaríamos haciendo lo mismo. Lo dicho, lo hacemos a pequeña escala con nuestros padres, ¿por qué no lo íbamos a hacer con el dinero de gente que ni siquiera conocemos?

No creo que la causa de esta problemática esté en las personas. Ni mucho menos.
El cáncer es el sistema.
Ya podemos poner a Mahama Gahndi de ministro, que mientras no cambie el sistema de raíz tendremos muy probablemente al mismísimo premio Nobel de la Paz en los titulares de El País por cohecho...

Es muy sencillo. Haz que el político tenga en juego su propio dinero en función de su trabajo.
 Define objetivos de gestión. Para cada ministro. Para cada concejal. Para cualquier persona del ámbito público. Haz que su sueldo vaya acorde al grado de cumplimiento de dicho objetivo.

Con una comisión de evaluación
¿Que no se cumplen los objetivos? A la calle. Y de pensión vitalícea los cojones. El paro como todo el mundo en función del tiempo trabajado.
¿Que se cumplen los objetivos? De maravilla. El político cobra un buen sueldo y además tienes a todos los ciudadanos contentos.

Mientras no se evalúe el rendimiento de los cargos públicos y su sueldo no vaya en función de dicho rendimiento nunca nadie en la política logrará mejoras de nada, nunca se dejará de robar. La democracia será un sistema injusto, ineficiente y lleno de gente cuya única aspiración es ver cómo gestionar de la mejor manera lo de los otros para su propio bien. (en lugar de para el bien de todos)

Así que os animo a pensar de otra manera. A exigir cambios. SI. Pero del sistema. 
Mientras sigamos así, os aseguro que El País se va a hinchar a vender. 
Yo propongo que para el político esté en juego lo suyo, mientras gestiona lo de los otros.