domingo, 20 de mayo de 2012

Juegos reunidos

Lo reconozco. Los semáforos me pierden.
Y sí. Lo reconozco.Soy víctima de una peligrosa bipolaridad odio-amor con ellos.
Odio. Odio mortal. Cuando al fondo de la avenida te miran desafiantes, con los ojos verdes como platos. Les escuchas tentándote "vamos pequeño, acelera si te atreves". Y tú te atreves. Aceleras. Y cuando crees que has ganado, cuando tu labio comienza a dibujar una sonrisa de victoria, cuando quedan ya sólo cien metros, ochenta, aprietas el volante, el acelerador y los dientes. 
Aparece el naranja. Cuarenta metros. Treinta. Tu sonrisa desaparece y empiezas a oír la carcajada del semáforo. "Hijo de puta", piensas. No quieres soltar el acelerador. Tú pie empieza a temblar. 
Rojo. 
Sueltas acelerador. Frenas. El coche se detiene. El rojo de la luz se refleja en tu cara como símbolo de la derrota. Golpeas el salpicadero. "Hijo de puta", vuelves a pensar. No quieres ni mirarle. Ha vuelto a ganar. Te lo está diciendo con su mirada roja. No quieres escuchar su mirada.

Subes la música. Y piensas. 
Y ahí empieza la parte buena del semáforo. Tiempo para pensar y en el que casi casi uno está obligado a pensar. 
Cuántas teorías, cuántas vueltas a recuerdos, cuántos planes habremos elaborado en un semáforo.

Del rojo al verde. Se acabó. 
Pues lo dicho, te odio y te quiero. No sé cómo decirlo. Jodido si te pones en rojo. Y,sí, también un poco jodido cuando te pones en verde.

Sirva esta pequeña introducción para explicar cómo llegué al tema del blog. Volviendo del trabajo, tras el odio hacia el primer semáforo en rojo de la diagonal vino uno de esos momentos de reflexión. 

Y tras un día entero repleto de reuniones, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, evidentemente el tema de la reflexión no podía ser otro que ese, las reuniones. 
Todos entendemos por una reunión como ese espacio temporal en el que un grupo de personas se junta para tratar de dar solución a un determinado tema, ya sea en el mismo lugar o incluso en lugares distintos, como puedan ser las reuniones por videoconferencias o reuniones telefónicas. 
Tras muchas y muchas horas de estar presente en reuniones uno adquiere el vicio de observar, vicio casi obligado si uno no quiere dormirse en la mayoría de los casos. 
Lo primero que observa uno es que, si bien el objetivo global de la reunión puede ser la resolución de un determinado problema, ese objetivo choca directamente con los objetivos particulares de cada individuo. De entre estos objetivos individuales cabe destacar principalmente dos: 
1- No salir con más trabajo que el resto de la reunión
2- Boicotear los argumentos del resto de personas si dichos argumentos van en contra del punto número uno. 

De este modo, un reunión deja de ajustarse a su definición original, y pasa a convertirse en un juego ridículo de argumentos con el único objetivo de que los puntos 1 y 2 no sean violados.
Los juegos reunidos.
Y, repito, es indiferente lo buenas que sean tus palabras para el objetivo global. Sí sí, ese objetivo por el que originalmente se convocó la reunión. ¿Alguien lo recuerda? Probablemente no. Ahora sólo importa que el cabrón de comercial no te endose el marrón. 

Uno se da cuenta de que hay auténticos magos de la palabra, malabaristas en la técnica de la argumentación. 
¿Y si todos esos esfuerzos, toda esa inteligencia se aplicasen a la resolución del problema que nos atañe? No no, no puedo distraerme en pensamientos como este, el de recursos humanos ya me está intentando liar la pandereta...

Juegos reunidos. 
Que vienen a ser, en definitiva, la rutina de muchos de nosotros. 


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