miércoles, 19 de octubre de 2016

Tranquilo Pepín

Pepín, 11 años de edad, "juega" en el equipo de basket de su barrio.
Las comillas vienen a decir que jugar jugar, no juega mucho. Se podría decir que participa activamente en el ritual de levantarse los sábados a la hora que le toque, sentir los nervios desayunando, llegar el primero al campo y calentar. Hasta ahí. 
Se podría decir también que participa en el juego esos minutos que constituyen el tiempo exacto que el entrenador debe ponerle en la cancha para justificar su presencia en el equipo; para quedar como entrenador  equitativo con los chavales ("hay que premiar el esfuerzo antes que el talento" - capítulo 5, párrafo 3c del manual de entrenadores) y tener contentos a los padres de Pepín. (que pagan religiosamente la cuota del equipo, que a su vez contribuye religiosamente al sueldo absurdo de su entrenador)  
Pepín durante entre 7 y 9 minutos "participa en el juego" porque, como he mencionado antes, jugar jugar, no juega mucho. 

Que el deporte no es lo suyo es algo que podría llevar perfectamente serigrafiado en su camiseta. 
Lo sabe. 
Y desea pasar desapercibido. 
Sus nervios, no son nervios de competir. Son nervios de no cagarla. De que no pase nada raro. De que acaben sus 7 minutos en la pista sin más. No quiere ganar. Quiere simplemente que, pase lo que pase, no sea su culpa. 

Son pocas las probabilidades, poquísimas, pero en ocasiones consecuencia de múltiples casualidades,  llega a ocurrir: Pepín recibe el balón.
El corazón se le pone a cien. ¿Por qué a mí?. Un microsegundo. El cerebro manda órdenes: "bota, pasa, haz algo". 
Pero las órdenes nunca llegan.
Una tempestad de estímulos las interrumpen de golpe:  

- TRANQUILO PEPIN!!  - grita el entrenador con todas sus fuerzas saltando de golpe del banquillo - TRANQUILO!!!

- TRANQUILO PEPIN!! - gritan los padres desde las gradas gesticulando a brazo abierto

- TRANQUILO PEPIN!!- gritan sus compañeros, mientras acuden corriendo 

Y sonido y luz comienzan su carrera. 

Y como en la tormenta con el rayo y el trueno, ocurre que cuando la palabra "Tranquilo" llega al cerebro de Pepín, las imágenes ya llevan suficiente tiempo haciendo su efecto. Su entrenador pegando un brinco y con la vena en el cuello. Todos los padres agitando los brazos desde la grada. Sus compañeros corriendo de golpe hacia él. 

Pepín pierde el balón. 

Tiempo muerto. 
El entrenador, siguiendo el manual de entrenador, capítulo 3, párrafo 2b reúne a sus jugadores y dice la frase que va a arreglar el devenir del partido y de Pepín:
"Hay que jugar tranquilos, con cabeza". Ahí quedó. 

Pepines y entrenadores puede uno encontrar en todas las facetas de la vida. Son tantas las veces en las que nuestras palabras y nuestras emociones se contradicen. El único que nunca engaña es nuestro cuerpo.

Me quedo con la frase que escuché hace poco en la radio en Mexico...nuestro cuerpo grita lo que la boca calla.
Así que nada, por el bien de Pepín...escuchad más a vuestro cuerpo!!

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