jueves, 3 de abril de 2014

Juego de roles

Como si en cada conversación, en cada reunión, en cada situación, en cada momento de nuestras vidas hubiera una gran máquina expendedora de capsulitas de colores.

Así me lo imagino yo. Como una inmensa máquina de Nespreso siempre delante nuestro.
Se activa el mecanismo. La estructura cilíndrica con miles de filas de colores comienza a girar. Clac. El motor se para. Clac. Se abre una trampilla y se oye la cápsula deslizando por la rampa.
Clac. Choca contra el tope del final de la rampa. Levantas la trampillas y ahí esta tu cápsula.
La miras. Estudias la estructura mate de su brillo.
Te la acercas a la nariz y saboreas su olor.
Tus dedos disfrutan unos segundos con la suave superficie exterior.
La abres. Te la bebes de un trago.Y te transformas.

Miras la máquina y grabado en el plástico de la base puedes leer "Expendedora de roles"

Empieza entonces el teatro inconsciente.
3,2,1 y acción.

La vida nos pone el rol. Nos lo sirve en bandeja y nos lo cambia cientos de veces, tantas como relaciones desarrollamos a lo largo de la misma.

Es por eso que nadie se siente malo, ni bueno, ni egoísta, ni generoso, ni tímido, ni extrovertido, ni conservador, ni extremista, ....
No nos decantamos por una manera de ser, porque a lo largo de nuestra vida, en función de con quién estemos y de qué es lo que esté pasando, atravesamos por todos los roles.

El rol manda.
El jefe que dirige desprecios con soberbia a sus trabajadores probablemente baja la cabeza con humildad cuando su jefe le dirige desprecios a él.
El cura que prodiga con su palabra a diario la paz y la solidaridad probablemente no se digne a perder mucho tiempo de su vida ayudando a su vecino que sabe que no tiene qué comer.
El policía que da una paliza en el cuartel a un inmigrante probablemente ha planeado ir este verano 2 semanas a ayudar a los niños somalíes.
El relaciones públicas que se lanza a hablar con desparpajo cada noche con miles de personas probablemente no se atreva a dirigirle la palabra a la chica de la que se ha enamorado.

La máquina expendedora de roles recuerda, tiene memoria la muy hija de puta. Y hace casi imposible cambiar el reparto de roles.
En la pareja, en el trabajo, en las relaciones con amigos. Se establece de primeras quién es el fuerte, quién el débil, quién el listo, quién el gracioso...y así queda para el resto de los días.

Es interesante encontrarse con viejos amigos del instituto o del colegio y comprobar cómo el que todos teníamos como el más pardillo es ahora un auténtico triunfador; o el más chulo lleva ahora la mirada baja.
En sus relaciones posteriores al colegio se deshicieron de sus roles, cambiaron su vida...pero de algún modo, cuando te encuentras con ellos, les resulta inevitable volver, aunque sólo sea un poquito, a ese rol con el que les conociste...

Es el juego de roles. Que nadie espere que le expliquen las normas :)






1 comentario:

  1. Mira tú cómo te has salido, en cuatro líneas, con toda un tesis. Tiene la virtud de la simplicidad y quisiera aportar algo al respecto para ampliar un poco el cuadro. A ver si no lo emborrono. Pienso que, ciertamente, asumimos muy distintos roles según las circunstancias, los interlocutores, etc, pero también es verdad que cada cual tiene unas tendencias personales que modulan la adquisición de determinados roles en determinadas situaciones. Tendencias que acaban por definirnos ante las personas que nos conocen bien y que - en el interín - nos hacen únic@s (hasta cierto punto). Pero el que esas tendencias influyan en la elección de roles y nos permitan actuar razonablemente acordes a nuestra naturaleza depende de la solidez del carácter. Como nuestra sociedad marca (al igual que tantas otras sociedades, en el pasado y en el presente) incluso en los detalles, unas “actuaciones convenientes”, es ahí donde un carácter débil cede a las exigencias medioambientales y asume roles que traicionan su naturaleza. Es ahí así como adquirimos el superrol de hipócritas al decir una cosa, hacer otra y - si pensásemos - pensar una tercera. Ese superrol - el de gran hipócrita - rige el camaleonismo acomodaticio al que nos empujan las convenciones sociales. Y nos desdibuja, incluso a nuestros propios ojos, haciéndonos perder la chispa de unicidad que, en principio, cada cual alberga. La conclusión es que acabamos por no ser dueños de nuestros actos y que nos limitamos a ejecutar, con leves variantes personales, lo que nos viene dictado en el guión, sea ello acorde o no con nuestro íntimo y acoquinado yo. Las personas asertivas sufren menos de esa alienación pero el común de los mortales vive pendiente de la maquinita reparterroles. Y luego nos quejamos de la vida que llevamos. Tu teoría define muchos aspectos del comportamiento humano y es un buen toque de atención al respecto. Quien tenga sesos, que entienda.

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