domingo, 11 de marzo de 2012

comparativamente

De tanto en cuando, mientras uno se frota la cabeza para aclararse el pelo de champú, una parte de la espuma acaba alojándose en una de las orejas, a veces en las dos.
Ocurre que en ese momento, rodeados de vapor, con las manos algo arrugadas tras 6 minutos de pensamientos y cánticos desacertados bajo la alcachofa de la ducha y con nuestro dedo hurgando en una de las orejas para desalojar la espuma acumulada, en ese momento digo llega por fin la reflexión.

Es curioso que los momentos más lúcidos de reflexión de nuestras vidas lleguen casi siempre en la ducha. Uno podría por tanto extraer la deducción de que la sociedad humana, visto lo visto, no es muy dada al hábito de la ducha....Eso, o que directamente somos muy garrulos, independientemente de lo mucho o poco que nos duchemos.

Decía que esta mañana me dio por pensar en lo enfermizamente comparativos que somos. Tan comparativos somos, que al final acabamos por ser, siempre, comparativamente felices.
Hace poco un compañero de trabajo se quejaba porque no le habían subido el sueldo. Ahondé un poco en la conversación. Le pregunté cuál era su sueldo. Coño, bastante bueno. Le pregunté si le daba para vivir. Coño, pues vivía bastante bien. Entonces quise saber porqué estaba tan enfadado.
"Lo que me jode no es que no me hayan subido el sueldo a mí, sino que se lo hayan subido a tres en el departamento y yo no sea uno de ellos"

Es decir, si él hubiera estado solo en el mundo su sensación sería de felicidad: tengo un buen suelo, por lo tanto soy feliz. Pero al convivir con más individuos aparece la felicidad comparativa: sólo soy feliz si lo mío está en la media o por encima de la media de los que me rodean. Léase "tengo un buen sueldo, pero como el sueldo de mi compañero es más alto, entonces no soy feliz".

Es una auténtica tragedia eso de la felicidad comparativa en los tiempos que corren, en los que una de las mayores prioridades de nuestras vidas es mostrarle a los demás todo lo bien que nos va.
Efectivamente, no ayuda el hecho de que uno no pare de encontrarse en el facebook estados del tipo "De vuelta del viaje de México y preparando las maletas para Tailandia". Leyendo esto uno no puede dejar de pensar "soy un mierdas, yo estoy de vuelta del trabajo preparando la bolsa para ir a la piscina municipal mientras ese tío se está recorriendo el mundo".
Lo asombroso de esta situación es lo mucho que nos cuesta mucho pensar "qué suerte tengo de tener este trabajo que tengo y de poder ir tranquilamente a echar unos largos por la tarde a la piscina". La opción "soy un mierdas" suele ganar, sin duda, por mayoría.

Este afán (o necesidad) por comparar es causa de infelicidad, no hay duda de ello, pero por otro lado ha sido, es y será la mayor motivación de superación del ser humano.
En efecto, no nos superamos por ser mejores. Nos superamos por ser mejores que los demás.

Compararnos nos hace mejorar. Que los demás sean buenos nos hace mejores. Que nosotros seamos buenos hace mejores a los demás. Como en círculo ascendente. Como si el progreso necesitase de esta espiral.
Un atleta entrena con el único objetivo de batir los récords de los demás, y, el que ya ostenta el récord necesita mejorarlo para que nadie lo supere.
Nunca hablamos de superación individual, necesitamos el comparar como el comer.

Es extraño. Nos pasamos toda una vida comparando para acabar siendo seres mucho mejores
...

...

aunque mucho menos felices  

  

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