miércoles, 16 de noviembre de 2011

TU SUERTE

Como cada día te asomas a tu ventana y echas el mismo vistazo de arriba a abajo a tu calle. Nada, no viene.
Otro día más esperando tu gran trayler, ese que te tiene que traer las toneladas de suerte que pediste hace tanto tiempo.
Mientras te giras para volver a tu habitación oyes algo. Te sobresaltas. Sí, es el ruido de un gran motor. De nuevo te apoyas en la ventana y buscas con la mirada. Allí viene. Sí, no hay duda. Al final de la calle, reluciente, con las llantas brillantes y un doble remolque recién pintado de amarillo. El estómago lo celebra, se te dibuja una sonrisa, aprietas los puños.  
Poco a poco alcanzas a leer un gran "TU" pintado en negro en el lateral del primer remolque. El camión avanza radiante muy despacio por tu calle, alargando cada segundo. Te das cuenta de repente de que todos los vecinos han salido como tú a la ventana (llevaban allí desde el principio?). El camión avanza y el segundo remolque te va dejando leer poco a poco "S-U-E-R-T-E"

TU SUERTE!!!

Por fin. Por fin el día que tanto llevabas esperando. Entras a llamar a todos los de la casa para que salgan a la ventana contigo. Os abrazáis, os agarráis, sonreís, no sabéis casi ni qué decir. Y cuando volvéis a mirar a la calle descubrís que el camión se ha parado en la casa de enfrente.

Vuelves a tu casa. Bajas la cabeza y un día más vuelves a repetirte lo que tantas veces antes te has repetido: "Esque nunca tengo suerte"

No creo en los grandes camiones de suerte. Ni los quiero. Me paso una vida esperando que me llegue la suerte en toneladas, pero no me llega. Me paso una vida sientiéndome desafortunado. "A mí nunca me toca". Y mientras espero al gran camión, ese que llegará radiante por mi calle a tocar en mi puerta, ese que llegará mientras todos mis vecinos lo miran...o ese que seguramente no llegará en toda al vida, me olvido de que cada día el cartero me va trayendo alguna carta con un puñado de suerte. Ni siquiera me molesto en abrir las cartas. Para qué, si el camión volvió a pasar de largo.

De unas semanas para acá aprecio en la fábrica cómo la gente gasta mucho dinero en lotería. Para gente con nuestro salario me atrevo a decir que gastan auténticas barbaridades. Se apresuran a comprar un número de cada uno de los muchos que se venden.
El objetivo oficial: que me toque.
El objetivo real: no ser el único al que no le toque

Vivimos por comparación. Somos tan felices o infelices como nos marque la media de felicidad e infelicidad de la gente que nos rodea.
Así, mientras a nadie le toque la lotería, seguiré siendo igual de feliz. Pero si ocurre que le la lotería toca a todos los que me rodean menos a mí entonces me siento un desgraciado. ¿Por qué, si yo sigo en la misma situación? ¿Por qué, si en realidad MI SUERTE no ha variado?

No he jugado ni un número a la lotería. Como dije antes, no creo en los grandes camiones de suerte. De hecho siento que esa suerte en toneladas es un gran desequilibrio que algún efecto tiene que traer consigo.
Por mi parte intento, con más o menos éxito, abrir cada una de esas cartas con un puñado de suerte que hay en mi buzón y guardármelo.
Y si lo hago así es porque creo que carta a carta, sin sobresaltos, sin desequilibrios, conseguiré llenar más de un camión a lo largo de mi vida.

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