martes, 7 de octubre de 2014

Deliciosa

Hay palabras que son lo que dicen ser. Palabras que cumplen lo que prometen.
Palabras como "delicioso".  Y esque nadie negará que "delicioso" es una palabra absolutamente deliciosa. Y más deliciosa se nos hace cuanto más la repetimos.

Deliciosa era la tarde en Bruselas. El sol caía en cada tejado, la gente lo recogía en sus caras iluminando una media sonrisa y las bicicletas lo convertían en traviesas sombras acelerando y frenando sobre las aceras.
Cambié pantalón de traje por pantalón vaquero y zapatos de suela dura por bambas nike y bajé corriendo las escaleras del hotel con la intención de sumarme a la causa y poner voluntariamente mi cara para ayudar a toda esa gente a recoger el sol que caía al atardecer. Se me dibujaba la media sonrisa sólo de pensarlo en las escaleras.

Bruselas bullía. Los primeros pasos en la calle y viene de golpe esa sensación conocida. Ese gustito que da preguntarse "y ahora a dónde voy?", ese regustito que da responderse "venga, vamos a probar por aquí". Y dejarse llevar. Observar. Disfrutar de tu soledad, tu deliciosa soledad acorde con lo delicioso de todo lo demás.

Pocas veces es deliciosa la soledad. Pocas, contadas, contadísimas. Pero cuando lo es, qué deliciosa es.
Descubrirla, saborearla, darle su tiempo. Mirarse, dejarse estar. Entenderse, no preocuparse.


Es bonito viajar solo de tanto en cuanto. SÓLO de tanto en cuanto. La distancia (kilómetros), la distancia (cultura) y la distancia (lejos de nuestra rutina), son en ocasiones caprichosas el aliño perfecto para invitar a esa soledad buena, a esa soledad feliz,  a la soledad de descubrir, de descubrirse. Las tres distancias nos predisponen y paradójicamente nos alejan de esa soledad dañina que tantas veces aparece cuando estamos rodeados de nuestra gente, en nuestra cultura, en nuestra rutina.

Viajamos solos y, así, solos, nos damos cuenta de que mucha gente está más presente en nuestro solitario viaje que cuando viajan a nuestro lado.
Somos así de raros. Soledad deliciosa que nos hace añorar en positivo a nuestra gente. Nos hace desear un nuevo viaje a los mismos lugares con ellos, nos hace vivir todo mucho más intensamente, con ansia de asimilar sensaciones, de no olvidar eso que sentimos en cada momento....

...ansias de no olvidar ese momento....

...porque no nos engañemos, todo eso bonito sólo tiene sentido si al final del viaje podemos contarlo.

Porque la soledad no debe durar ni un segundo más de lo que la hace ser deliciosa.

La tarde en Bruselas se apaga, dando lugar a una fina lluvia. La gente se esconde y vacía las calles. Llego al hotel.
Y con el fin de la deliciosa tarde se acaba mi deliciosa soledad.
Pijama y Skype para contarlo todo.

Lo dicho, no darle ni un segundo más a la soledad, no vaya a ser que deje de ser delicosa de golpe :)





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